CARLOS BATISTEZA, SIEMPRE TRATANDO DE CRECER

Reconocido comerciante de Leandro N. Alem

Carlos Batisteza es un comerciante de Leandro N. Alem con varias décadas
en el rubro de venta de artículos del hogar (desde hace unos años en otro
local sumó el expendio de lubricantes) que siempre apostó a crecer
transitando los vaivenes económicos de nuestro país.
Para conocer algo de su vida, La Voz Semanal dialogó con él en su oficina
de su tradicional esquina.

- ¿Donde nació Carlos?
- Acá, en Leandro N. Alem, hace 79 años.

- ¿En un Hospital… una Sala de Primeros Auxilios?
- No, no. En mi casa, era la época de las señoras denominadas parteras que
iban a domicilio. En un ranchito que era de mi abuelo… donde ahora pasa
el asfalto del Acceso Firpo… entre medio de la primera quinta que está
sobre aquella mano y la segunda.

- ¿Qué recuerda de su infancia?
- Mi infancia estuvo signada como la de tantos jóvenes de aquellos años. Es
decir tempranito a trabajar. A los 11 años perdí a mi mamá Josefina
Giacobbi y a los 13 terminé la Primaria en la Escuela N° 6. Me hubiese
gustado seguir estudiando pero no había nivel Secundario acá, había que ir
a Vedia o Juan B. Alberdi (recién inaugurado el servicio).
Me acuerdo que me agarró mi viejo junto al alambrado del gallinero y me
hace la típica pregunta: “¿Querés estudiar o trabaja?”. Existía la posibilidad
de ir a Juan B. Alberdi pero en ese momento pensé: “si me voy pierdo
todos los amigos, mi gente”. Así que me quedé a trabajar.
- Una decisión típica de aquellos tiempos…
- Claro. Mi padre me dijo mañana a las 08.00 tenés que estar en la vieja
fábrica de Remigio Nicolli que se dedicaba a los fideos hechos a mano…
allí estuve de 1956 a 1960.
Después me fui a trabajar unos seis meses con un tío a Juan B. Alberdi, en
el buffet de la estación de tren… hasta que retorné a mi querido pueblo.
Me tocó la “colimba” pero hizo trámites para exceptuarme, porque yo al
Servicio Militar ya lo había hecho de los 13 a los 17 años (risas). Y lo digo
porque recibí una formación en lo Nicolli de la que estoy agradecido: me
dieron valores, responsabilidad, y la cultura del trabajo para el resto de la
vida.

Trabajé en el campo e ingresé en la concesionaria John Deere junto a Duce
y Barbaresi -que habían comprado la agencia en Alem-, lugar donde lo
mejor de mi vida pasó ahí. ¿Sigo?

Adelante…
- Quería seguir creciendo. Junto a Oscar Giacobbi, uno de los hermanos
Burroni (artículos del hogar) nos ofreció asociarnos con él, dejamos los dos
la concesionaria e hicimos el negocio. Compramos esto y nos vinimos para
acá, en 1978, hasta a los dos años Burroni se nos cansó, porque era un
hombre grande y quiso vender, pero nos hizo arrancar y nos enseñó
bastante.
Compramos esta esquina (Máximo Layera y Manuel Roldán) de 20 metros
x 40 metros, que anteriormente había sido un hotel. Para pagar le dimos a
Burroni 20 metros x 20 metros, es decir el espacio como para dos casas.
Cuando se fue Burroni hicimos una sociedad con Julio Trifiletti. Nos
habíamos expandido mucho, así que al dividir a Julio le tocó en el reparto
la sucursal abierta en Vedia, a Giacobbi la de Germania, y a mí acá en
Alem.
Con las vueltas que tiene la vida y los negocios pude comprar la totalidad
de esta esquina. A esto ya tenía mi otro local (ahora vendo lubricantes) y
mi casa al lado.

- ¿Acá fue donde se cayó el techo?
- Claro, el techo tenía una cornisa sobresalida como las construcciones de
aquellos años y en plena construcción se vino abajo (calculo que se cavó de
más). Con tanta mala suerte que en vez de caer hacia la calle, se vino para
adentro. Esto era todo escombros y polvo… un desastre. Por suerte no hubo
ningún obrero lesionado.

- Así que décadas de comerciante Carlos…
- Sí, sí, el balance es positivo.

- ¿Cómo vió que fue cambiando el pueblo?
- El 100%. Alem fue un pueblo muy pujante y técnico, con decirte que
había tres concesionarias de tractores (John Deere, Deutz y Fahr), una
cooperativa extraordinaria, otras firmas comerciales fuertes, pero bueno…
Los vaivenes de los años, de la economía… Yo sigo acá hasta que me
digan basta (risas).